(Por Pablo Daniel Roma – Para El Delegado) – El pasado 29 de mayo, tras una larga enfermedad enfrentada con coraje y en compañía de su inseparable esposa Liliana Sanucci, falleció Jorge Burgos, ex secretario general de AEFIP, el sindicato de trabajadores de la AFIP-DGI. Su partida marca el cierre de un capítulo fundamental en la historia del movimiento sindical argentino, pero deja abierto un legado que, por su profundidad y coherencia, seguirá iluminando el camino de quienes luchan por los derechos de los trabajadores.
De firme convicción peronista y católica, Burgos fue un militante desde su juventud. Participó activamente en la resistencia peronista, abanderando las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Su vida fue un testimonio viviente de la doctrina que defendió hasta el último día, y su legado sindical lo demuestra.

Durante la década del noventa, en tiempos en los que el modelo neoliberal de Carlos Menem arremetía contra los pilares del Estado, Burgos se destacó como uno de los líderes del grupo de gremialistas rebeldes junto a Hugo Moyano. En esos años oscuros para los trabajadores, cuando el organismo recaudador era vaciado por políticas de ajuste y el ministro de Economía Domingo Cavallo amenazaba con su privatización, Jorge Burgos logró darle vida y entidad propia a la Asociación de Empleados Fiscales e Ingresos Públicos (AEFIP).
Lejos de achicarse, lideró un movimiento renovador dentro del sindicato que lo llevó a conducir los destinos de la organización desde 2006 hasta 2019. Su mandato se destacó por una gestión democrática, respaldada en cada elección por más de 13.000 afiliados. Supo negociar y lograr avances concretos en el convenio colectivo de trabajo, hasta posicionar a los empleados impositivos entre los mejores pagos del Estado nacional.
Fue protagonista clave de la etapa de reconstrucción nacional tras la crisis de 2001, y una figura de peso en la CGT durante la conducción de Moyano en la llamada “década ganada” que encabezó Néstor Kirchner. Sin embargo, ni los logros ni el reconocimiento lo blindaron de las tensiones internas. Traiciones y disputas sindicales lo llevaron a dar un paso al costado. Pero no se retiró de la lucha.
Junto a Liliana, su compañera de vida y militancia, volcó su compromiso social en la Fundación Papa Francisco, una iniciativa bendecida por el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio y construida en conjunto con el recordado padre Farinello. Desde allí siguió trabajando con los más humildes, llevando adelante acciones solidarias y educativas con un fuerte anclaje en la dignidad humana y el amor al prójimo.
Amaba profundamente la figura de Eva Perón, a quien consideraba su inspiración. En su despedida, su féretro exhibía una casaca con una inscripción tan rotunda como reveladora: “NO MIENTO, NO FALLO, NO TRAICIONO.” Un mensaje directo, sin destinatarios explícitos, pero con el peso simbólico de una vida entera consagrada a la coherencia entre el decir y el hacer.
Jorge Burgos no fue un dirigente más. Fue un hombre que supo encarnar el sindicalismo combativo con sensibilidad social, el peronismo doctrinario con compromiso real, y la fe cristiana con vocación de servicio. En un tiempo donde escasean los referentes que honran su palabra, su figura se eleva como ejemplo. Ya no está entre nosotros, pero su mensaje quedó tatuado en la memoria de quienes lo conocieron: luchar por el otro, sin dobleces, con convicción, con amor y con justicia.
Que descanses en paz, compañero.