(Por Tomás Casanova y Equipo) – Dios, a través de su ángel, habló a Abraham y le dijo: “Ve con tu hijo al monte que te indicaré”. Y Abraham, con fe inquebrantable, respondió: “Aquí estoy”, y partió hacia el Monte Sinaí con su hijo Isaac y dos sirvientes. Llevaban consigo un atado de leña para el altar, fuego y un cuchillo.
Al llegar al pie del monte, Abraham despidió a sus sirvientes y continuó solo con su hijo, recorriendo millas que sus hombres jamás habrían podido alcanzar. Isaac, confundido, preguntó: “Padre, padre, ¿y el cordero?”. A lo que Abraham, con una serenidad que solo puede surgir de la fe ciega, respondió: “Dios proveerá, hijo”.
Así, cuando llegaron a la cima, Abraham dispuso el altar, colocó a su hijo sobre él y, con el cuchillo en alto, se dispuso a cumplir el mandato divino. Pero antes de que el filo del cuchillo tocara al niño, el ángel de Dios intervino y le dijo: “Abraham, detente. El Señor ya tiene la prueba de tu devoción”. A lo lejos apareció un cordero, que fue sacrificado en lugar de Isaac. El ángel entonces bendijo a Abraham por su sumisión y devoción sincera, prometiendo multiplicar sus bienes y asegurar una comunión eterna con Dios para toda su descendencia.
Esta historia, que ha perdurado a lo largo de milenios, es un testimonio del sacrificio extremo en nombre de la fe y la devoción. Sin embargo, hoy, debemos preguntarnos: ¿Por qué seguimos sacrificando, y sacrificando, y sacrificando, no ya en nombre de la fe, sino de la Democracia?
¿Hasta cuándo vamos a someter a los más vulnerables, a los jubilados, a los desposeídos, en este altar de políticas que, bajo el pretexto de ser necesarias, acaban desangrando a aquellos que ya no tienen nada más para dar? ¿Hasta cuándo este ciclo de sacrificios sin recompensa, sin un ángel que detenga la mano que empuña el cuchillo, sin un cordero que redima nuestras culpas?
Es hora de que, como sociedad, empecemos a cuestionar los sacrificios que se nos piden en nombre de la Democracia. No se trata de una devoción ciega ni de una sumisión sin cuestionamientos. Se trata de construir un país donde todos podamos prosperar, sin que algunos tengan que ser eternamente sacrificados en el altar de las políticas públicas.
La verdadera bendición vendrá cuando dejemos de ver a los más vulnerables como el cordero a sacrificar y comencemos a construir una Democracia que realmente provea para todos, sin que nadie quede en el camino. Es hora de que el sacrificio cese y de que las promesas de prosperidad y justicia se conviertan en realidad para toda la descendencia de esta Nación.