FRANCISCO Y LA POLÍTICA ARGENTINA: TENSIONES, SILENCIOS Y UN COMPROMISO INCLAUDICABLE CON LOS POBRES

Desde el momento en que Jorge Bergoglio fue elegido Papa, la política argentina se dividió entre los que quisieron apropiárselo y los que intentaron desacreditarlo. Pero Francisco nunca se dejó etiquetar. Su lugar fue siempre el mismo: del lado de los pobres, más allá del color político de turno.

Durante los años de Néstor Kirchner, su voz crítica incomodaba. Desde la catedral metropolitana lanzaba advertencias sobre la pobreza estructural, el autoritarismo y la corrupción. Kirchner lo acusó de ser el “jefe de la oposición”, pero Bergoglio nunca respondió. Prefirió caminar las villas y hablar con hechos. Su vínculo con los curas villeros fue, entonces y ahora, uno de sus pilares.

Con Cristina Fernández hubo tensiones, pero también gestos de acercamiento. Viajó varias veces al Vaticano. Él la recibió con calidez, mate y empanadas. Pero también le señaló su preocupación por el uso político de los más pobres, el crecimiento del asistencialismo sin autonomía y la necesidad de una verdadera cultura del encuentro. Cristina lo respetó, pero en su entorno lo acusaron de intervenir políticamente desde Roma.

Con Mauricio Macri, la relación fue fría. Aunque habían compartido años en Buenos Aires, el Papa no dio señales de respaldo. Las reuniones fueron breves, sin gestos afectuosos ni grandes declaraciones. Su silencio fue leído como una crítica tácita al modelo económico. Francisco veía con preocupación el aumento de la pobreza, el endeudamiento y el deterioro del tejido social.

Con Javier Milei, el vínculo comenzó con fuertes cuestionamientos desde el entonces candidato libertario. Sin embargo, ya como presidente, Milei viajó al Vaticano, se abrazó con Francisco y mantuvieron una reunión a solas. Aunque hubo cordialidad, el Papa no bajó el tono de sus mensajes. Desde entrevistas, cartas y documentos, expresó su alarma por el sufrimiento social y pidió que no se deje afuera a la mitad del país.

Francisco es incómodo porque no se calla. Critica la concentración de la riqueza, el desdén por los trabajadores, la mercantilización de la vida. Pero también denuncia la corrupción, el clientelismo y la manipulación del pueblo pobre con fines electorales. No responde a slogans, sino a convicciones profundas. Su opción preferencial por los pobres es más que una consigna: es una forma de vivir.

Sus palabras resuenan cada vez que dice que “no hay democracia con hambre” o que “el verdadero poder es servir”. Francisco incomoda, interpela, cuestiona. No es un Papa funcional al poder. Es un líder espiritual que eligió estar con los que no tienen nada, y desde ahí gritarle al mundo que otro camino es posible.