Más allá de sus discursos y encíclicas, Francisco se construyó como líder mundial a través de gestos cotidianos. Actitudes simples, a veces mínimas, que lo acercaron a la gente común y lo convirtieron en un referente distinto dentro de la Iglesia. Historias de vida que lo pintan entero, desde sus días en Buenos Aires hasta sus años en Roma.
En la Capital, Bergoglio viajaba en colectivo y subte como cualquier vecino. Caminaba solo por las calles del centro y cargaba un portafolio de cuero viejo. En la curia porteña vivía en un pequeño departamento donde cocinaba sus propias comidas. Era habitual verlo tomar café con cartoneros o sentarse a escuchar a madres desesperadas por sus hijos presos. En una ocasión, incluso las acompañó al penal, sin cámaras, sólo por compromiso pastoral.
El día que fue elegido Papa, le pidió a un vecino que no le llevaran más el diario, porque se mudaba “un poco lejos”. Poco después, comenzaron a conocerse historias de llamados personales. Una señora que le escribió tras perder a su hijo recibió su llamado. Un joven que había sido abusado, también. Un párroco enfermo se emocionó al oír: “Hola, habla Francisco”.
Uno de los gestos más fuertes ocurrió pocos días después de asumir. En lugar de celebrar la misa del Jueves Santo en una basílica, eligió hacerlo en un centro de detención juvenil. Allí, lavó los pies de doce internos, entre ellos mujeres y musulmanes. Fue su forma de decirle al mundo que la Iglesia debía volver a la calle, al barro, a la fragilidad humana.
En el Vaticano, rompió todo protocolo. Rechazó el departamento papal para vivir en una residencia más humilde. Se escapó más de una vez sin custodia para visitar comedores, refugios y hospitales. En 2015, cuando un indigente murió en la calle a metros del Vaticano, ordenó que lo velaran dignamente, como a cualquier hijo de Dios.
Hay una frase que repite siempre: “No te olvides de rezar por mí”. No es una fórmula. Es un pedido sincero, casi una súplica. Francisco no se presenta como un superior, sino como un hermano que necesita ser sostenido.
Estas anécdotas no son casuales. Son la expresión de una forma de vivir la fe, de ejercer el poder, de estar en el mundo. Francisco no habla desde un púlpito. Camina entre la gente. Es un Papa de a pie. Uno que escucha, abraza, y actúa. Que no se deja encerrar en moldes. Que, aun con la sotana blanca, sigue siendo ese cura de barrio que no se olvida de sus ovejas.