La muerte del Papa Francisco dejó una herida profunda en el corazón del movimiento obrero argentino. No fue sólo el primer pontífice surgido del sur del mundo, ni el jesuita que conmovió al planeta con su humildad y sensibilidad social. Fue también, y sobre todo, un aliado del trabajo digno, un defensor inquebrantable de los derechos de los trabajadores y un interlocutor directo de los sindicatos.
Desde su llegada al Vaticano en 2013, Jorge Mario Bergoglio no dejó dudas sobre su compromiso con la causa obrera. “No hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores libres sin sindicato”, afirmaba sin rodeos. Una frase que resume el ideario que sostuvo durante sus años como jefe de la Iglesia católica y que caló hondo entre dirigentes sindicales de todo el mundo.
Los gremios argentinos, y en particular la Confederación General del Trabajo (CGT), encontraron en Francisco una figura de referencia. No fueron pocos los encuentros entre el Santo Padre y delegaciones sindicales en el Vaticano. Uno de los más recordados tuvo lugar en septiembre del año pasado, cuando una comitiva de la CGT lo visitó en Roma. Allí, el Papa pidió unidad, justicia social, igualdad de género y la reivindicación del rol de la mujer en el ámbito laboral.
Francisco fue claro: el trabajo no es sólo un medio de subsistencia, sino un derecho fundamental y una experiencia de ciudadanía. En diciembre de 2022, ante cinco mil delegados de la CGIL —la central sindical más importante de Italia—, lanzó un mensaje que todavía resuena: “Trabajar permite a la persona realizarse a sí misma, vivir la fraternidad, cultivar la amistad social y mejorar el mundo”.
Lejos de limitarse a lo espiritual, sus palabras marcaron posicionamientos firmes frente a los dilemas del mundo del trabajo. Criticó sin vueltas a la tecnocracia que posterga el bienestar humano en nombre del rendimiento, alertó sobre los costos sociales de no invertir en las personas y pidió revalorizar el rol educativo del sindicalismo. “La sal de una economía sana”, dijo, está en esa tarea de enseñar el sentido del trabajo y promover la fraternidad entre los trabajadores.
En una carta de 2017 dirigida a una conferencia internacional, Francisco advirtió además sobre los riesgos que enfrentan los sindicatos: el individualismo, el olvido de los más excluidos, y la pérdida de su vocación solidaria. “Sindicato es una palabra bella —escribió—. Proviene del griego dikein, hacer justicia, y syn, juntos. Por favor, hagan justicia juntos, pero en solidaridad con todos los marginados”.
Su legado, entonces, no será solamente teológico. Francisco deja una doctrina social profundamente humanista, una Iglesia más cerca de los trabajadores y un mensaje de compromiso con los que luchan por un mundo laboral más justo.
En la Argentina, donde el movimiento obrero organizado tiene raíces históricas, su voz se sintió siempre cercana. Y su partida, por eso mismo, se vive como la de un compañero de lucha.