(Por Tomás Casanova | Especial para El Delegado) – La negociación no es concesión ni debilidad: es una forma de estar despierto frente a la realidad. En un país donde todo es intercambio —desde la vida cotidiana hasta las grandes paritarias— la CGT sostiene la convicción de que la dignidad se defiende dialogando, insistiendo y recibiendo lo que corresponde con la energía bien orientada.
En tiempos en que la negociación vuelve a ocupar un rol central en la vida política y laboral del país, conviene recordar una verdad tan simple como profunda: todo es intercambio. Desde lo más elemental de la naturaleza hasta la compleja trama social que sostiene a millones de trabajadores, la vida entera es un ejercicio permanente de dar y recibir. No se trata sólo de acuerdos formales o discusiones paritarias: es un modo de estar en el mundo, de interpretar la energía que circula y de asumir el lugar que nos corresponde.
La CGT entiende ese principio mejor que nadie. Su historia está hecha de esa gimnasia cotidiana de negociación: escuchar, dar un paso, retroceder otro, insistir, recomponer, volver a intentar. Lo hace desde una convicción que trasciende lo material: cada instancia de diálogo, incluso la más áspera, es una oportunidad para ubicar la energía en su cauce correcto, para que la bendición —esa que muchos pierden de vista en la rutina, en el cansancio o en la incertidumbre— vuelva a hacerse presente.
Negociar no es ceder ni resignar derechos: es estar despierto. Es advertir que todo lo que acontece, desde un acuerdo salarial hasta un conflicto inesperado, forma parte de un orden mayor. Quien no está atento pierde oportunidades; quien se mantiene enfocado comprende que nunca se recibe “poco” si se actúa con conciencia del lugar que ocupa y de la responsabilidad que ese lugar exige.
La CGT, lejos de la caricatura que algunos intentan imponer, encarna justamente ese tipo de lucidez. En cada mesa paritaria, en cada reclamo, en cada propuesta, hay una comprensión profunda de que los trabajadores sólo pueden recibir lo que les corresponde si hacen lo que deben hacer: organizarse, sostenerse, insistir, hablar claro y no perder el rumbo. La central obrera ha sabido mantener esa línea incluso cuando el contexto invitaba al desaliento.
En la vida diaria, muchas personas olvidan que la bendición —ese concepto que en algunos círculos suena abstracto— está siempre cerca. Se pierde en la ruta, en el trabajo, en el almacén, porque se deja de creer que uno merece recibir lo justo. La CGT, en cambio, trabaja exactamente para lo contrario: para recordar que la dignidad no se negocia, que la energía social debe fluir hacia quien sostiene el país con su esfuerzo y que ningún trabajador debe quedar a la intemperie.
Vivimos tiempos complejos, sí, pero también propicios. Están dadas todas las condiciones para alcanzar acuerdos que devuelvan equilibrio y previsibilidad. Lo esencial es entender que negociar no es debilidad, sino fortaleza. Que el diálogo, lejos de ser una concesión, es una herramienta poderosa. Y que cuando se lo ejerce con convicción, con atención y con sentido de propósito, lo que llega no es una dádiva: es el fruto de haber ocupado el lugar correcto y haber actuado de la manera adecuada.
La CGT lo sabe. Lo practica. Lo defiende. Y en un país que necesita más que nunca una brújula, esa actitud se convierte en un faro indispensable.