Por Tomás Casanova – Opinión
En la exitosa serie Merlina de Netflix, la protagonista vive en un mundo oscuro, lleno de fuerzas siniestras que acechan desde las sombras, mientras una minoría poderosa intenta imponer sus reglas sobre el resto. Detrás del humor negro y la estética gótica, hay una metáfora de la lucha contra gobiernos y sistemas que se alimentan del miedo, la crueldad y el desprecio por los más vulnerables.
Y mientras Merlina enfrenta monstruos fantásticos, en la Argentina de Milei lidiamos con monstruos muy reales.
Un gobierno que celebra el sufrimiento
El actual gobierno nos quiere convencer de que vivimos “tiempos magníficos”. Magníficos para ellos: para los que se enriquecen mientras ajustan a los jubilados, para los que abren las puertas al saqueo de las potencias, para los que creen que gobernar es destruir derechos.
Una política que celebra la crueldad no es un proyecto de futuro: es un plan de exterminio social.
Mientras millones caen en la pobreza y se arrodillan frente al mostrador del supermercado para ver si pueden comprar un paquete de fideos, en las redes del oficialismo se festeja que “se terminó la joda”. Para ellos, la joda éramos nosotros: trabajadores con derechos, estudiantes con becas, familias con sueños.
El mundo habla. ¿Lo escuchamos?
Hace días, cuatro torres altísimas se incendiaron en Tokio. Decenas, quizás cientos, de personas perdieron la vida. Hubo apenas repercusión. ¿Por qué? Porque la crueldad global se ha vuelto paisaje.
Lo mismo pasa con la guerra en Medio Oriente: niños destrozados, familias buscando cuerpos entre escombros. El dolor ya no conmueve.
Y hasta en el fin del mundo, en Ushuaia, un trueno sacudió la noche con una fuerza como no se recordaba en años. El planeta grita. Se retuerce. Advertencias que no quieren ser escuchadas por los fanáticos del mercado, que juran que la única verdad es la billetera.
Las señales están ahí: catástrofes, desigualdad, violencia.
El gobierno las niega, porque su fe no es en Dios ni en la democracia: es en el dólar.
La verdadera resistencia
Mientras Milei y sus secuaces planifican cómo robar hoy, cómo privatizar mañana, cómo vender más tarde lo poco que queda —y así sucesivamente—, hay quienes trabajan en silencio. La CGT, las organizaciones sociales, miles de militantes y ciudadanos están fortaleciendo una resistencia política, sindical y humana.
Se preparan para la batalla final.
¿Dónde será? Tal vez en el Congreso. Tal vez en la calle. Tal vez en el estómago vacío de quienes ya no aguanten más.
Y cuando llegue ese momento, habrá quienes escuchen un trueno…
y habrá quienes escuchen el rugido de un pueblo despertando.
Prepararse para que la esperanza vuelva
Porque este tiempo, aunque parezca apocalíptico, es magnífico en un sentido profundo:
es el tiempo de la preparación.
Preparar dirigentes y candidaturas para el futuro.
Preparar un proyecto de país donde nadie sea descartado.
Preparar el corazón para resistir lo que viene… y para reconstruir lo que destruyeron.
Si Merlina nos enseñó algo, es que no existe fuerza más poderosa que quien se niega a ser cómplice del horror.
Así debemos ser nosotros: lúcidos, rebeldes, incómodos.
Hoy nos quieren de rodillas.
Mañana estaremos de pie.
Y cuando ese día llegue, ningún monstruo —por más motosierra que lleve en la mano— podrá detenernos.