La central obrera convocó a su Congreso Nacional Ordinario para el 5 de noviembre en el estadio Obras Sanitarias. Allí se elegirá una nueva conducción y se debatirá el rumbo del país frente al fracaso político, social y económico del gobierno de Javier Milei. La CGT se perfila como el principal bastión de resistencia en defensa de los trabajadores y la justicia social.
Lejos de ser un trámite administrativo, el Congreso representa un punto de inflexión para el sindicalismo argentino. Allí no solo se renovará la totalidad del Consejo Directivo —con treinta y seis secretarías y catorce vocalías—, sino que también se dará un debate profundo sobre el rumbo del país y el rol que debe jugar la clase trabajadora frente al avance de políticas de ajuste y precarización.
La convocatoria, definida en el Confederal del 18 de septiembre, confirmó lo que ya se anticipaba: la unidad sindical es la carta más sólida en tiempos de crisis. Mientras el oficialismo naufraga entre promesas incumplidas, desfinanciamiento del sistema solidario de salud y ataques permanentes a los convenios colectivos, la CGT emerge como el contrapeso real al desguace del Estado y la pérdida de derechos.
Durante el Confederal se expresaron dos visiones sobre la futura conducción. Un sector, encabezado por Héctor Daer, Gerardo Martínez y Andrés Rodríguez, sostuvo que la continuidad del triunvirato garantiza contención y equilibrio entre distintas corrientes. Otro grupo, con Abel Furlán y Sergio Palazzo al frente, planteó que la etapa exige un liderazgo más concentrado, con un unicato fuerte capaz de encarar la confrontación abierta contra el Ejecutivo. La decisión final quedará en manos de los congresales en noviembre.
Lo que quedó claro es que nadie en Azopardo imagina un futuro de “diálogo” con un gobierno que desprecia a los trabajadores. “No hay posibilidades de dialogar con alguien que no quiere escucharte ni respeta derechos básicos”, advirtió Furlán, dejando en evidencia que el próximo capítulo será de movilización y lucha.
La discusión sobre el modelo de conducción se complementó con un análisis político profundo. Se puso sobre la mesa la necesidad de un programa común que incluya definiciones sobre endeudamiento externo, defensa de la industria nacional y manejo soberano de los recursos naturales. El mensaje fue contundente: la CGT no solo resistirá, sino que también quiere ser protagonista de la reconstrucción del país.
Las preocupaciones más inmediatas también formaron parte del debate. La no homologación de acuerdos paritarios por parte de la Secretaría de Trabajo y el vaciamiento financiero de las obras sociales fueron señalados como ejemplos de la política antiobrera que impulsa el gobierno. En ambos casos, los gremios vienen sosteniendo a sus afiliados con recursos propios para evitar que se quiebre la red solidaria.
Con la mirada puesta en noviembre, la CGT camina hacia una renovación que trasciende los nombres. Se trata de redefinir la estrategia del movimiento obrero frente a un gobierno en retroceso, que ya perdió respaldo político y social. La central llega a este proceso fortalecida, con una participación amplia de todos los sectores y con la certeza de que la unidad sindical es hoy más necesaria que nunca.
“El único lugar que queda es la confrontación”, sintetizó Furlán, mientras Daer subrayó que el rol de la CGT en estos años fue decisivo para frenar embates como el DNU 70/2023 que pretendía arrasar con derechos laborales. Esa combinación de resistencia y proyecto será la que marque la próxima etapa.
El 5 de noviembre no se elegirá simplemente una nueva conducción. Se elegirá el futuro del sindicalismo argentino en medio de una de las crisis más profundas de la historia reciente. Y, ante el derrumbe del mileísmo, la CGT se prepara para ocupar el lugar que siempre le correspondió: el de columna vertebral de la democracia y la justicia social.