SERVIR O DESHUMANIZARNOS: LA ÚLTIMA TRINCHERA FRENTE A LA MOTOSIERRA

Por Tomás Casanova | ELDELEGADO

En tiempos donde el poder libertario avanza con motosierra y las redes sociales erosionan el amor por el prójimo, sostener los valores solidarios y comunitarios no es una consigna romántica: es una urgencia ética. La empatía por quienes menos tienen —aun entre los que menos tienen y más sufren— parece diluirse en una lógica de competencia permanente, de éxito inmediato, de deseo sin pausa. Frente a ese clima, el servicio vuelve a ser una forma concreta de resistencia.

Quienes estamos en el ámbito de dar o hacer sabemos que el servicio no es una abstracción. Es tangible, práctico, evaluable en el mismo momento en que ocurre. Se mide en gestos, en tiempo ofrecido, en escucha, en la utilidad real que brindamos al otro. Cuando ese servicio está acompañado por la fe, el compromiso y la honestidad, la diferencia con la no implicación es abismal. Darlo todo, al máximo, no es una épica: es una decisión cotidiana.

Hay una bendición detrás de tener la energía, la posibilidad y el lugar para servir. Quien la tiene debería agradecerla y usarla. Enaltecerla. Porque el servicio constante —en lo que sea y desde donde sea— ordena la vida y la vuelve significativa. Incluso en ámbitos duros, atravesados por la soberbia o el destrato, el servicio sigue siendo una elección que dignifica. El problema aparece cuando, en lugar de servir, se ejerce una pequeña cuota de poder; cuando se confunde estar ocupado con estar comprometido.

Trabajar, hacer negocios, ganar dinero es una necesidad para muchos. Pero el dinero no es, necesariamente, una bendición. El servicio sí lo es. Y no hay que dudar cuando ambas cosas conviven: el servicio devuelve un rédito que no cotiza en el mercado. No persigue lo mundano, no alimenta la rueda del deseo infinito. Porque el deseo sin freno nunca satisface: alcanza algo, pide otra cosa, y luego otra. Incluso quienes viven bien pueden perder de vista la oportunidad de servir; y cuando la pierden, les duele.

Nunca permitamos que un negocio, una posición o una circunstancia nos quite la capacidad de aceptar y ejercer el servicio. Siempre hay margen para ayudar, dentro de las posibilidades y con discreción. Empezando por la amabilidad y llegando hasta donde seamos útiles. Nada está garantizado, pero la coherencia sí es posible.

Servir no promete aplausos ni likes. Promete sentido. Y en este tiempo de ruido, desigualdad y prisa, eso es lo que más falta nos hace.