(Pablo Roma) – Tras la contundente victoria de La Libertad Avanza en todo el país, el peronismo se enfrenta a su crisis más profunda en décadas. Viejos liderazgos, internas sin fin y una desconexión creciente con la sociedad alimentan un escenario de fragmentación que amenaza su supervivencia política.
Podía haber sido un gran día para el peronismo, pero terminó siendo otro capítulo de su larga decadencia. El plebiscito electoral sobre la gestión de Javier Milei dejó a la principal fuerza opositora golpeada, sin discurso, sin autocrítica y con más divisiones que nunca. El partido que alguna vez representó la movilidad social ascendente hoy se muestra encapsulado en sus rituales y liderazgos obsoletos, incapaz de comprender el cambio de época.
El debut de la Boleta Única de Papel terminó por desnudar las debilidades estructurales del peronismo. La Libertad Avanza se impuso en quince de los veinticuatro distritos del país, entre ellos la poderosa provincia de Buenos Aires, bastión histórico del PJ. Allí, la derrota de Jorge Taiana frente al candidato liberal fue el punto de partida de una noche de tensiones, reproches y silencios incómodos en el búnker de Fuerza Patria en La Plata.
El escenario lo decía todo. Kicillof, Magario, Máximo Kirchner, Sergio Massa, Grabois y Taiana compartieron un palco que simbolizó más la desunión que la fuerza. Mientras los militantes improvisaban cánticos de apoyo a distintos referentes, el gobernador intentaba mantener el tono solemne de quien sabe que acaba de perder el control del territorio político más decisivo del país.
En su discurso, Kicillof recurrió a los fantasmas de siempre: las advertencias sobre Estados Unidos, las críticas al “tutelaje extranjero” y el mantra de “la patria no se vende”. Pero el electorado ya no parece responder a consignas nostálgicas. Lo que alguna vez fue una épica de resistencia hoy suena a repetición vacía ante una sociedad que exige respuestas concretas y no relatos ideológicos.
Las tensiones internas afloraron incluso en los gestos. Máximo Kirchner, distante y sin aplaudir los elogios a los intendentes, dejó entrever el malestar del cristinismo con el sector de Kicillof. La eterna disputa por el control del PJ bonaerense promete recrudecer, al igual que la pelea por la conducción nacional, un espacio hoy sin brújula ni conducción reconocida.
El peronismo perdió terreno incluso en su histórica base territorial. Municipios como La Matanza y Quilmes se apuraron a exhibir resultados parciales favorables para maquillar la magnitud del fracaso. Pero los datos son contundentes: la sociedad argentina se inclinó mayoritariamente por un proyecto liberal, aun con sus contradicciones, antes que por la promesa vacía de un modelo agotado.
A la fragmentación se sumaron las fugas internas. Fernando Gray, el intendente de Esteban Echeverría, se rebeló contra la conducción de Cristina Kirchner y presentó su propia lista bajo el sello Unión Federal. Ese minúsculo 0,89% de los votos le quitó al peronismo la diferencia necesaria para evitar otra derrota histórica. Un símbolo más de su crisis de liderazgo.
La aparición de nuevas figuras, como Santiago Cúneo, profundizó la dispersión de un electorado que alguna vez se encolumnaba con el justicialismo casi de manera automática. Hoy, el voto peronista se diluye entre desencanto, bronca y abstención. Y cada derrota abre una nueva guerra interna.
Mientras Kicillof intenta defender su decisión de desdoblar las elecciones para “proteger a la provincia”, desde La Cámpora lo acusan de haber contribuido al desorden general. Nadie asume responsabilidades. Nadie parece entender que el problema no es táctico, sino estructural: un movimiento que perdió su vínculo con el pueblo que dice representar.
El peronismo atraviesa una crisis que ya no es coyuntural sino existencial. Atrapado entre la nostalgia de los 2000, la figura judicializada de Cristina Kirchner y la imposibilidad de generar una nueva generación de dirigentes, el otrora movimiento de mayor potencia popular de América Latina se enfrenta a su peor espejo: el de su propia irrelevancia.
La sociedad, mientras tanto, avanza. El país cambió, el mundo cambió. El peronismo no.