(Por Tomás Casanova) – Desde hace décadas, el peronismo vive una paradoja: un movimiento que nació como expresión de las mayorías populares, con un compromiso simbólico con los trabajadores, la justicia social y la soberanía, parece hoy reducido a un aparato dominado por élites internas y liderazgos unipersonales. La derrota electoral del 26 de octubre no es un traspié: revela una crisis existencial del PJ, que perdió toda representación efectiva frente a la avanzada neoliberal de derecha que gobierna con prepotencia.
El contexto: derrota política y vacío de dirección
Tras la paliza electoral que sufrió el peronismo, los sectores dominantes dentro del PJ quedaron más expuestos que nunca. Las viejas estructuras de poder —las “cúpulas” del partido, las redes clientelares, los aparatos territoriales— demostraron que no tienen músculo propio: dependen aún más de la centralización del liderazgo, de la verticalidad de decisiones y del control desde arriba.
Cristina Fernández de Kirchner, con su estilo combativo y su genio estratégico, logró durante muchos años mantener el proyecto unido. Pero ese liderazgo fuerte fue doble filo: por un lado fue motor, por otro fue obstáculo para la renovación. Hoy muchos militantes, dirigentes medios y honestas voces del peronismo reclaman algo elemental: una interna limpia, abierta, democrática, donde el aparato no sea el árbitro absoluto, donde se oxigene el partido, donde el kirchnerismo y La Cámpora den un paso al costado para que la militancia decida.
No es capricho, sino necesidad. En un mundo donde los partidos hegemónicos pierden legitimidad, donde los electores rechazan las imposiciones desde arriba, solo la democracia interna puede devolver credibilidad al peronismo.
Lecciones del pasado: Menem-Cafiero y la Renovación Peronista
No nacimos ayer. En los años ochenta, tras la derrota de 1983, el peronismo vivió una disputa interna que lo redefinió: el llamado de Cafiero por renovar las estructuras frente a los sectores más ortodoxos, la apertura hacia nuevas generaciones, el pluralismo de voces. Esa etapa fue llamada Renovación Peronista. Incluso hubo internas reales dentro del PJ, con listas enfrentadas que marcaron una transición hacia un peronismo más institucionalizado.
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Luego vino la interna presidencial de 1988 entre Menem y Cafiero, que consolidó la candidatura de Menem como la del peronismo moderno, más pragmático, más federal.
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Hoy, el PJ necesita un nuevo Menem-Cafiero, aunque no con las mismas banderas: se necesita un proyecto que recupere lo popular, que reivindique lo social, que critique sin vicios autoritarios, que devuelva protagonismo a los distritos, a las provincias, a la militancia local.
Contra la lógica de los “dedazos” y la Estructura Omnímoda
El kirchnerismo instaló en su hegemonía un estilo claro: decisiones verticales, listas armadas desde el centro, prioridad absoluta al relato nacional, control estricto de los medios de comunicación y del Estado. Ese modelo tuvo momentos de éxito, pero también produjo fatiga: generó resentimientos latentes, circuitos paralelos de poder, improvisaciones tácticas y vacíos locales.
Hoy esos vacíos explotan. Muchos dirigentes del interior sienten que Kirchner y La Cámpora deciden sin escucharlos, que imponen nombres, que no permiten ni siquiera la discusión interna. Que la militancia está siendo cooptada, no convocada. Que el PJ funciona para sostener el liderazgo, no para ser una herramienta colectiva al servicio de causas.
Por eso el reclamo de interna no es solo táctica, es desafío estratégico: que los flamantes liderazgos surjan de abajo hacia arriba, que las listas no sean cargadas por unos pocos, que el aparato no decida todo. Que aquellos que hicieron del peronismo su propiedad —Kirchner, Máximo, La Cámpora— renuncien a su monopolio y permitan una competencia limpia.
¿Quiénes pueden encabezar la renovación?
No pretendo postular candidatos en esta nota, pero sí poner en debate algunas condiciones:
Que sean dirigentes con arraigo territorial, que no dependan exclusivamente del aparato nacional.
Que no estén comprometidos profundamente con el fracaso del pasado reciente, que tengan capacidad crítica.
Que tengan el carisma necesario para aglutinar sin someter, para convocar sin vetar.
Que acepten abrir las puertas del PJ a juventudes, a sectores postergados, a voces que hoy están afuera.
No basta con cambiar apellidos o rostros si no cambian las lógicas de poder.
Riesgos de no cambiar
Si no hay renovación real, el peronismo corre dos riesgos:
Ser irrelevante: seguir siendo endeble frente al avance liberal que arranca derechos, que liquida el Estado social y que huye de compromisos redistributivos.
Deriva autoritaria interna: para compensar su debilidad externa, el liderazgo podría endurecer aún más el control dentro del partido, marginar disidencias, sancionar a quienes levanten la voz.
Pero lo más dramático: la gente, los trabajadores, los jubilados, los más humildes, ya no creerán que el peronismo los representa. Y entonces, el peronismo morirá no en un gran acto, sino por inanición simbólica.
Llamado urgente
Hoy convoco a quienes siguen resistiendo al neoliberalismo, al ajuste, al avance de la derecha libertaria, a levantar una propuesta audaz pero responsable: la convocatoria a elecciones internas abiertas en todos los distritos del PJ, con transparencia, con auditoría imparcial, con participación genuina.
Que Cristina Kirchner deje de imponer destinos. Que los Kirchner y La Cámpora renuncien —no al peronismo, sino a su monopolio del aparato—. Que el PJ renazca del caos en que está. Que esa interna no sea un ritual estéril, sino una verdadera oportunidad de refundación.
Si no lo hacemos ahora, el peronismo quedará reducido a un cascarón vacío, sus símbolos serán patrimonio del pasado, sus banderas serán objeto de ironía. Y eso no se lo merece nuestra historia, ni nuestro pueblo.
Hoy es tiempo de decidir: o seguimos con liderazgos monolíticos, o abrimos los partidos, recuperamos la democracia interna, y reconstruimos desde la base. Quienes amamos al peronismo no podemos resignarnos a verlo diluirse por la soberbia de quien cree tener “el mando divino”.
Cristina Jacobina fue presa de su propia egolatría. Pero la esperanza está en liberar al peronismo de esas prisiones interiores.