
Las versiones de las últimas horas sacudieron el tablero político: el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, habría sido convocado por Javier Milei para asumir como nuevo jefe de Gabinete. Aunque desde el Gobierno nadie lo confirma oficialmente, distintas fuentes cercanas al oficialismo aseguran que el ministro ya comenzó a tender puentes con los gobernadores y que incluso habría propuesto la creación de un “consejo de gobernadores” para recomponer la relación entre Nación y provincias, hoy en su punto más tenso.
La posibilidad de un desembarco de Caputo en la Jefatura de Gabinete no solo implica un enroque ministerial: es la señal más visible de que el poder real dentro del Gobierno empieza a correrse. Milei, el presidente que prometió gobernar sin la “casta”, parece ahora obligado a negociar con ella. El llamado al diálogo con los mandatarios provinciales, que hasta hace poco eran el blanco de sus críticas más feroces, revela un giro de 180 grados en la estrategia oficial.
En la práctica, Caputo se transformó en el hombre fuerte del Ejecutivo. Maneja la caja, los tiempos y ahora, posiblemente, los vínculos políticos. Su figura emerge como una suerte de garante de gobernabilidad ante un Congreso que frena proyectos, mercados que desconfían y gobernadores que reclaman oxígeno financiero. En los pasillos de la Casa Rosada se comenta que el economista busca “institucionalizar” su interlocución con las provincias a través de un consejo formal, que podría funcionar como mesa política paralela al propio gabinete presidencial.
La jugada, más allá de cómo se concrete, desnuda la pérdida de iniciativa del presidente. El Milei que se jactaba de no necesitar intermediarios para ejercer el poder se enfrenta ahora a la necesidad de delegar. Ya no alcanza con los discursos en redes ni con los gestos disruptivos: el poder territorial se impone, y los gobernadores —incluso los aliados— exigen un rol activo en la toma de decisiones.
Si la versión se confirma, el ascenso de Caputo sería mucho más que un cambio de nombres: marcaría el inicio de una etapa de transición política dentro del propio oficialismo. El peso simbólico y operativo del ministro podría convertirlo en una figura de equilibrio —o de sombra— frente a un presidente cada vez más condicionado por la realidad institucional y la fatiga social.
El llamado al diálogo con los mandatarios provinciales busca transmitir moderación, pero también delata urgencia. En los hechos, es una admisión de que el poder ya no se sostiene solo desde el atril presidencial, sino que necesita anclarse en la red de acuerdos y compromisos que el propio Milei había prometido desmantelar.
En la política argentina, los gestos anticipan los cambios más que los anuncios. Y el gesto de Milei de abrir la puerta a Caputo, con o sin cargo formal, deja flotando la sensación de que el poder comenzó a desplazarse. Tal vez sin ruptura ni renunciamientos explícitos, pero con una claridad que se impone entre líneas: el Gobierno ya empezó a administrar su propia pérdida de fuerza, más allá de las elecciones.