INSTITUTO MARGARITA O’FARRELL: JÓVENES, CIENCIA Y RAÍCES QUE PIENSAN EL FUTURO

En Santa Lucía —la pequeña localidad del partido de San Pedro— un instituto agro-técnico con más de medio siglo de trayectoria se transforma en semillero de proyectos, ciencia aplicada y esperanza. La juventud local, la formación técnica y las nuevas iniciativas educativas vuelven a poner al pueblo en clave de futuro.

Santa Lucía respira escuela. En Maipú 355, el Instituto Margarita O’Farrell de Maguire —fundado décadas atrás para formar técnicos vinculados al campo y la producción— funciona hoy como un punto de encuentro entre tradición agrícola y nuevas tecnologías. Esa mixtura, dicen docentes y alumnos, es la clave para que los pibes del pueblo no piensen en migrar sino en mejorar lo que ya tienen.

Durante los últimos años la institución no sólo mantuvo las clases regulares: articuló proyectos prácticos con la escuela primaria, desarrolló propuestas de robótica y actividades de extensión que acercan la ciencia al barrio. Las ferias de ciencias, las prácticas en huertas y la introducción de proyectos de aprendizaje por proyectos (ABP) muestran que la enseñanza técnica puede ser dinámica, creativa y conectada con la comunidad.

Esa apuesta pedagogica tiene un correlato institucional: el Instituto ofrece niveles desde jardín y primaria hasta la secundaria técnica, con una orientación que combina saberes clásicos del agro con herramientas digitales y oficios. Para muchos estudiantes de la zona, el O’Farrell es la puerta de entrada a oficios demandados y a carreras terciarias o universitarias vinculadas al desarrollo rural y la producción sustentable.

La Municipalidad de San Pedro, además, reconoció ese papel estratégico: en boletines oficiales recientes figura la asignación de un subsidio a la institución, un gesto que las autoridades locales interpretan como inversión en capital humano para el futuro productivo del distrito. Ese respaldo se lee como señal de confianza en la escuela y en los proyectos que allí se incuban.

Caminar por los pasillos del O’Farrell es escuchar a los jóvenes presentar maquetas, programaciones sencillas para robots o planes para pequeñas empresas familiares que integran producción y comercialización directa. “Queremos quedarnos y transformar el campo desde acá”, repiten varios de los alumnos en voz baja pero con la honestidad propia de quien sabe que la oportunidad puede surgir al lado de su casa. Estas iniciativas conectan la educación con el empleo local y la innovación social.

La historia del pueblo también acompaña este presente: familias que aportaron terrenos y edificios a la comunidad, bibliotecas reabiertas y un tejido cultural activo muestran que Santa Lucía no es sólo un lugar para dormir, sino un territorio con memoria y ganas de crecer. Ese entramado social es la columna vertebral que permite que los proyectos escolares crezcan y encuentren eco fuera del aula.

Si la ciencia y la técnica entran en las escuelas rurales, la ruralidad gana futuro. En el Instituto Margarita O’Farrell de Maguire la ecuación es simple: formación práctica + apoyo institucional + compromiso juvenil = posibilidad de un desarrollo local más justo y sustentable. Allí, la esperanza no es abstracta: se mide en manos que aprenden a programar, en huertas que producen para la comunidad y en alumnos que piensan en volver para crear empleo.

Queda camino por recorrer: mejoras de infraestructura, más equipos y mayores vínculos con el mundo académico y el sector productivo. Pero la trama ya existe —docentes, familias y pibes empujando— y eso, en pueblos pequeños, suele ser el ingrediente decisivo. Si Santa Lucía apuesta por sus jóvenes y sus escuelas, la región ganará no sólo mano de obra capacitada sino proyectos que respeten el territorio y generen arraigo.

La crónica termina con una imagen recurrente en las visitas al O’Farrell: un aula donde se mezcla el olor a tierra con el ruido de un ventilador y las risas de chicos que arman un prototipo. Allí, entre alambres y cuadernos, se está forjando algo más que técnicos: una comunidad que vuelve a imaginar su propio porvenir. Ese es el latido que hoy impulsa la esperanza en Santa Lucía.