(Por Tomás Casanova) – La semana pasada asistí a la presentación del candidato a diputado Hugo Moyano hijo, un joven que se destaca por su trabajo, su inteligencia y su cercanía con las bases. Lo que más llamó mi atención fue la forma respetuosa en que se dirigió a la audiencia: sin insultos, sin confrontación innecesaria, recordándonos que la política también puede ejercerse con buenas maneras. Moyano destacó que la inteligencia va acompañada de espiritualidad, de fe y de solidaridad, un recordatorio de que cualquier liderazgo empieza desde un trabajo interno de revisión, aprendizaje y conexión con los demás
Los grandes sindicalistas del pasado dejaron su legado, algunos con sucesores capaces de continuar sus enseñanzas; otros, simplemente, marcaron un tiempo que hoy ya es historia. Pero los jóvenes dirigentes tienen un plus: contacto directo con las bases, algo que permite que la codicia y el ego no ciegue la lucha por derechos fundamentales. En nuestra Argentina, esa lucha nunca debe cesar: por pan, por trabajo digno, por educación, salud y fe.
Vivimos un tiempo donde la muerte, la desigualdad y la violencia llegan desde nuestras fronteras, un fenómeno que no podemos ignorar. Los ejemplos internacionales, como el de Lula en Brasil, nos recuerdan que la perseverancia y la visión de largo plazo rinden frutos y colocan a nuestros países en un lugar destacado de la región. Pero para eso necesitamos actuar con diligencia, dejando de lado la ira y la codicia, y reencontrándonos con la alegría, la risa y la música que nos humanizan.
La Argentina también es tierra fértil, es reserva y refugio para quienes creen en la solidaridad. Revalorizar el rol de la mujer, respetar a los hombres y mujeres de fe y proteger a nuestras comunidades frente a la violencia y al narcomenudeo son tareas que debemos asumir con urgencia. Nuestro compromiso debe ser proteger la vida, la dignidad y el trabajo, aprendiendo del pasado y proyectando un futuro más justo.
En lo personal, mi historia familiar me enseñó que la resiliencia nace del dolor y de la adversidad. Mi abuelo y mi padre me enseñaron a valorar la innovación y el respeto por el medio ambiente, y mi madre y sus hermanas me mostraron que la cultura y el arte son pilares de identidad y resistencia. Pero también conocí de cerca el horror de la dictadura y del narcotráfico, experiencias que nos obligan a decir nunca más a la muerte, nunca más al hambre y a la injusticia.
Hoy, como argentinos y como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de construir un país donde la solidaridad, la fe y la justicia social no sean palabras vacías. Es un desafío colectivo, pero también una promesa personal: no abandonar jamás la lucha por un país mejor, donde la educación, el trabajo y la dignidad no sean privilegios, sino derechos de todos.