En pleno invierno de 2024 y otra vez en 2025, la Argentina vivió una postal que ya parecía del pasado: hogares sin calefacción, estaciones de servicio sin GNC, industrias paralizadas y barrios enteros sin electricidad. Mientras tanto, el presidente Javier Milei repetía ante las cámaras que “nunca volverá a haber faltante de gas, ni de nafta, ni déficit energético”. Las promesas quedaron enterradas bajo las nevadas, y lo único que creció fueron las boletas impagables de servicios públicos.
A pesar de la producción récord de gas en Vaca Muerta, el país colapsó ante la falta de infraestructura. El Gobierno paralizó la construcción de plantas compresoras esenciales para ampliar la capacidad del Gasoducto Néstor Kirchner y no avanzó con las obras complementarias prometidas. El resultado fue el peor: millones de usuarios sin suministro en los días más fríos del año.
En mayo de 2024 y nuevamente en junio de 2025, se suspendieron los envíos de gas a estaciones de GNC y a industrias, incluso aquellas con contratos “no interrumpibles”. El transporte público, taxis, remises y repartidores vieron su actividad fuertemente afectada. Más de 1.8 millones de autos quedaron varados, mientras las autoridades culpaban a “factores climáticos” y “errores técnicos”.
El relato oficial hablaba de orden fiscal y fin de los subsidios. Pero mientras Milei celebraba el superávit “más grande desde 2008”, la luz y el gas subieron entre 400 % y 1.000 %, y el servicio se volvió más precario que nunca. Los aumentos no fueron acompañados por inversiones reales. Edesur y Edenor dejaron sin electricidad a más de 700.000 usuarios en el AMBA en distintos episodios durante los meses de invierno, y la red de distribución nacional siguió tan débil como antes.
La falta de obras en líneas de alta tensión, mantenimiento de transformadores y ampliación de capacidad dejó expuesta la fragilidad del sistema. “Tenemos energía, pero no forma de transportarla ni distribuirla con eficiencia”, alertó la organización DEUCO en su último informe.
Con Vaca Muerta produciendo más que nunca y exportaciones de crudo y GNL en crecimiento, el Gobierno sostuvo que el país había alcanzado el superávit energético. Sin embargo, debió importar buques de gas natural licuado a precios exorbitantes para abastecer la demanda interna, debido a que las obras clave estaban sin terminar. La paradoja quedó a la vista: la Argentina con más gas de la historia… pero sin gas en los hogares.
La vicepresidenta Cristina Kirchner lo sintetizó en una frase demoledora: “Superávit dibujado, sin gas en el caño y con la gente cagándose de frío”.
Mientras el mercado festeja balances en dólares y el Gobierno anuncia recortes del gasto como si fueran trofeos, los trabajadores y usuarios sufren las consecuencias. La clase media, cada vez más empobrecida, paga tarifas siderales por un servicio que no funciona. Y las pymes que dependen del gas y la electricidad para producir atraviesan una nueva ola de parálisis productiva.
En nombre del “orden”, se desmanteló la planificación energética y se desatendieron las necesidades básicas de millones. A cambio, se recibió oscuridad, frío, deuda social y un malestar creciente.
Milei prometió un país sin déficit energético y con abundancia de recursos gracias al “milagro” del mercado. Pero entregó un sistema colapsado, con obras paralizadas, aumentos injustificables y millones de ciudadanos arrodillados ante la factura o el corte.
Las palabras no alcanzan cuando el frío atraviesa los huesos. La energía no es un privilegio: es un derecho. Y hoy, en la Argentina, está siendo negado.