Mientras el Gobierno nacional insiste en sostener que “el ajuste está funcionando”, los últimos datos económicos pintan un panorama sombrío para los trabajadores y la clase media argentina. Con una tasa de desempleo que trepó al 8,3% en el segundo trimestre del año, según el INDEC, y una cotización del dólar libre que superó los $1.450 —impulsada por la desconfianza y la falta de medidas de contención—, economistas y referentes sindicales advierten que el país está al borde de una catástrofe económica y social.
“El mercado laboral está colapsando. Las suspensiones, despidos y cierres de empresas ya no son casos aislados, sino una tendencia estructural. Y el Gobierno sigue mirando para otro lado”, declaró a este medio Hernán Letcher, economista del CEPA. Según su último informe, solo entre enero y junio se perdieron más de 180.000 puestos de trabajo registrados, la mayoría en el sector industrial y comercial.
A esta realidad se le suma la presión del dólar, que marca nuevos récords cada semana, erosionando aún más el poder adquisitivo y generando un efecto devastador sobre precios, tarifas y alquileres. Con salarios congelados o a la baja, el ajuste pega de lleno en los bolsillos de los trabajadores, que ya ven imposible llegar a fin de mes.
“El combo es explosivo: inflación reprimida, dólar disparado, caída del empleo y un gobierno que juega a la bicicleta financiera mientras millones caen en la pobreza”, denunció Carlos Minucci, secretario general de APSEE y dirigente de la Corriente Federal de Trabajadores. Para el sindicalista, “si no hay un cambio de rumbo inmediato, vamos a un escenario de estallido”.
La clase media, históricamente el motor del consumo interno y la movilidad social, hoy se encuentra cercada por la incertidumbre, los tarifazos y el endeudamiento. Según datos del propio Banco Central, el uso de tarjetas de crédito para gastos básicos y el crecimiento de los préstamos personales muestran que cada vez más familias deben endeudarse para sobrevivir.
La economía real está paralizada. La construcción cayó un 35% interanual, el comercio minorista registra su séptimo mes consecutivo de caída, y las PyMEs denuncian una asfixia sin precedentes: ventas desplomadas, tasas impagables y cero apoyo del Estado. En este contexto, los sindicatos temen que la recesión se convierta en depresión, y que lo que hoy es una crisis se transforme en cataclismo.
Desde la CGT hasta las centrales combativas, el malestar se extiende. “Estamos ante un modelo que destruye producción, empleo y derechos. Si no se pone freno al plan económico del Fondo Monetario, el país va camino a la disolución social”, alertó Pablo Moyano en una reciente asamblea en San Cayetano.
Las señales están a la vista. Lo que falta, advierten los gremios, es voluntad política para cambiar un rumbo que solo beneficia a los grandes grupos financieros y a los especuladores de siempre.
En el horizonte, crece el miedo. Pero también, lentamente, comienza a gestarse la resistencia. Porque como ya enseñó la historia argentina, cuando el ajuste se vuelve insoportable, es el pueblo el que sale a la calle a cambiarla.